jueves, 31 de diciembre de 2009

CSI: Cuernavaca (o cómo inteligentemente ''mataron'' al narco)


Darwin Franco

Cual episodio de serie policiaca pero en región tercermundista, la Marina de México le dio a Felipe Calderón un regalo de Navidad: la muerte de Arturo Beltrán Leyva, líder del cártel del mismo nombre.

Con la caída de “El Barbas”, el Presidente pudo al fin tener una tenue luz de esperanza en la guerra contra el narcotráfico que, a últimas fechas, no daba muestras de inclinar la balanza en favor del gobierno federal.

El capítulo de esta serie inició días atrás en una narco-posada celebrada en Ahuatepec, Morelos, el 10 de diciembre de 2009. Arturo Beltrán Leyva, de 48 años y originario de Sinaloa, disfrutaba de una noche norteña amenizada por Los Bravos del Norte de Ramón Ayala, y los Cadetes de Linares; ese día la Armada de México intentó cazarlo -literalmente-; sin embargo, éste escapó para morir seis días después en Cuernavaca.

El día de su muerte, los medios se sumaron al espectacular operativo -digamos que sin cámaras no hay show-, pues se requería que la cobertura mediática magnificara el mensaje calderonista: en esta guerra, ¡vamos ganando!

Como asunto de ficción, el comando especial de infantes de Marina -¿y la Sedena?, ¿ya no hay confianza en ella o era del mismo bando que los Beltrán Leyva?- llegó en helicóptero hasta el conjunto habitacional “Altitude”, en donde el capo se atrincheraba en el departamento 202; con los elementos de la Marina llegaron también los medios, lo cual demuestra que no era tan secreto el operativo.

Con el atrincheramiento de Beltrán Leyva -y sus sicarios- sumado al cerco empleado por la Marina -días atrás- era cosa de segundos para que la balacera iniciara y así fue: las armas de grueso calibre y las granadas de ambos bandos retumbaban en la ciudad de la “eterna balacera”; el intercambio de balas duró aproximadamente cuatro horas, de eso dan constancia los múltiples videos de las televisoras que firmes y decididas permanecieron cerca para llevar hasta la “seguridad” de su hogar la muerte de “El Barbas”.

Pero para presentar la imagen se requería un toque espectacular que no sólo remarcara su condición de capo sino que diera cuenta del fanatismo religioso-esotérico que engloba a la imagen social que los medios han construido del narcotraficante; por eso, estimados lectores, las crónicas detallaron minuciosamente la cantidad de estampas religiosas que “alguien” -a falta de mesa- colocó sobre el dorso semi-desnudo de Beltrán Leyva. ¿Cómo es que éste en medio de la balacera se quito la playera y se bajo el pantalón? ¿De qué manera llegaron las imágenes religiosas a su cuerpo?

Pero verlo tirado y desprovisto de su grandeza no fue suficiente, así que le quitaron los artículos religiosos y le agregaron varios billetes ensangrentados, que dicho sea de paso fueron primero remojados en sangre para después colocarlos uno por uno cuidando que las denominaciones fueran las justas para un capo de su altura; por eso los billetes eran de mil y de 500 pesos y de no menos de 100 dólares. Ya me imagino el ritual, antes de morir uno de sus sicarios en recuerdo -o como estampa para el corrido que va a terminar por inmortalizarlo- le colocó de esa manera tan sutil tanta billetiza.

Y entonces sí, llegaron los peritos, los medios y las autoridades para ver que antes de morir “alguien” le había colocado un altar de poder a “El Barbas”; no vaya a creer usted que eso se hizo después, ¡qué va!, si ya lo dijo el secretario de Gobernación, Fernando Gómez-Mont: “nosotros no hacemos esos acomodos del cuerpo, porque sabemos que se obstruye toda actividad científica”. Menos mal.

La caída de Beltrán Leyva deja varias dudas: ¿si se empleó en el operativo toda la inteligencia nacional, no era más fácil capturarlo que matarlo? ¿Temían de lo que éste podría decir si confesaba? ¿Quién acomodó así el cuerpo y, más aún, quién difundió las imágenes que tanto hicieron enojar a las autoridades?
Este capítulo continuará…