lunes, 13 de abril de 2009

Gabriel Figueroa


El fotógrafo y operador cinematográfico Gabriel Figueroa. impregnado de las grandes tradiciones ancestrales de su país, aportó, Con su indiscutible habilidad, conocimientos, experiencia y sentido artístico, un muy personal e inconfundible toque lírico a la obra de los numerosos directores con los que trabajó. Su cámara recogió los paisajes, los tipos y los cielos de su México natal con una vibración emotiva que evoca los monumentales frescos de los grandes pintores Diego Rivera, José Clemente Orozco v David Alfaro Siqueiros, coetáneos suyos.
En sus largos planos puede descubrirse, de una sola vez, el vigor, la belleza y la violencia de la tierra agreste; el deslumbramiento de la luz en el prístino azul de la altura contra el que se recortan las nubes, a un tiempo fabulosas, fabuladas casi, pero, sobre todo, precisas; la original geometría de la vegetación, la extraña mezcla de molicie y fiereza en los caracteres; el brillo de los ojos semientornados y las armas, apenas escondidas; el encanto simultáneamente lánguido y bravío de las mujeres.
El lirismo y la plasticidad de las imágenes



Nacido en Ciudad de México, en 1908 (según otras fuentes, un año antes, en 1907), fue alumno de la Academia de San Carlos y del Conservatorio Nacional. Realizó, además. otros estudios muy diversos, como cursos de diseño y violín, aunque, en principio, pensaba dedicarse profesionalmente a la pintura. El encuentro y amistad con el fotógrafo Eduardo Guerrero supuso para Figueroa la toma de contacto con la naciente industria cinematográfica y con los principios de la escenografía teatral.
Después de trabajar para Alex Phillips, e interesándose ya por las nuevas técnicas, se trasladó a Estados Unidos y siguió un curso de perfeccionamiento en Hollywood, que le permitió obtener un sólido bagaje técnico y una segura experiencia; regresó a México con los conocimientos profesionales necesarios para dar con pie seguro su salto al mundo de la cinematografía. En 1933, comenzó su carrera encargándose de la foto fija en la película Almas encontradas, Tres años después, asumió por vez primera la responsabilidad total de la cámara en la película Allá en el Rancho Grande, de Fernando de Fuentes, trabajo por el que obtuvo su primer reconocimiento internacional en el Festival de Venecia de 1938.
Su admirable y prolífica labor cinematográfica se ha caracterizado por la captación de una belleza visual llena de emotividad, sugerencias y lirismo. Su manejo de la imagen rebosa plasticidad y, a decir de algunos, es francamente preciosista, sobre todo en las películas dirigidas por el famoso Emilio Fernández, el indio, de quien fue colaborador habitual desde que comenzaron a trabajar juntos en 1943. Para Gabriel Figueroa, el soberbio paisaje mexicano se convierte, en testigo vigoroso de la magia, la grandeza y la tragedia del medio rural, fruto, a la vez que fuente, de las virtudes, el valor y el heroísmo de los campesinos.
El resultado de su meticuloso trabajo es de una indiscutible belleza, pero también de una precisión narrativa absoluta, que lo lleva, incluso, a renunciar a la técnica cuando se trata de obtener un efecto más convincente de sinceridad; este es el caso, por ejemplo, de la célebre cinta María Candelaria (.1943), película que le valió ser premiado en los festivales de Cannes y Locarno. y en Río Escondido (1948), que lo fue en el de Karlovy Vary.

El reconocimiento internacional




Considerado como uno de los mejores operadores del mundo, su trabajo en las películas que a continuación se mencionan ha sido premiado en los festivales cinematográficos nacionales e internacionales siguientes: Allá en el Rancho Grande (Venecia, 1938); La perla (Venecia. 1947; Hollywood y Madrid, 1949); María Candelaria (Cannes, 1946; Locarno, 1947; Ariel de México, 1948); Enamorada (Bruselas, 1947; Ariel, 1947); La malquerida (Venecia, 1949); Maclovia y Río Escondido (Karlovy Vary, República Checa, 1949); Pueblerina (Madrid, 1950; Ariel, 1950); Los olvidados (Ariel, 1951); El rebozo de Soledad (Ariel, 1953); El niño y la niebla (Ariel, 1954); Macario (Cannes, 1960); Animas Trujano (San Francisco, 1961; Ariel, 1963); María (Ariel, 1973) y Divinas Palabras (Ariel, 1978). Obtuvo en 1971 el Premio Nacional de Artes.
Otros filmes donde destaca su fotografía son La caso del ogro (1938), La noche de los mayas (1939), La casa del rencor (1941), Las abandonadas y Bugambilia (1944), The Fugitive (de John Ford, 1946-1947), Dos tipos de cuidado (1952), La Cucaracha (1958); así como las cintas dirigidas por Luis Buñuel, a cuyo estilo austero se adaptó con gran facilidad: Él (1952), Nazarín (1958, sobre la obra homónima de Benito Pérez Galdós), La joven (1960), El ángel exterminador (1962) y Simón del desierto (1965).
Siempre manejando el blanco y negro, Gabriel Figueroa supo ajustarse, con singular maestría, al estilo incisivo del director español, sin embargo sus filmes en color no consiguieron Los mismos resultados intimistas porque estaban al servicio de producciones espectaculares.
Sus extraordinarias dotes para captar los aspectos más bellos de cada escena y su demostrada profesionalidad le han valido el reconocimiento del público v de la crítica internacional. Su país natal le otorgó el galardón más preciado, el Ariel de Oro (1987), por su destacadísimo papel dentro del panorama cinematográfico mexicano.
Fuente: GRANDES BIOGRAFIAS DE MEXICO, 1ra edición, 1996,ed. OCEANO, México, 312 pp.