jueves, 12 de noviembre de 2009

The reality horror, la no-realidad como mercancía



Por Darwin Franco Migues


Domingo por la tarde. Tomo el control remoto y me dispongo a ver televisión. Echando un vistazo a la programación de la señal abierta me sorprende ver la forma en que Televisa y Tv Azteca cimbran nuevamente sus esperanzas mercadológicas en los llamados reality shows, programas que sustentan sus contenidos en “la realidad”, así, con comillas.


El regreso de los reality shows a las pantallas nacionales me hace pensar en dos cosas: 1) la incapacidad mediática de las televisoras por ofrecer nuevos contenidos y 2) la conformidad de la audiencia que prefiere consumir esos programas antes que exigirle a las televisoras un “real” esfuerzo por ofrecer televisión de calidad.


Entre que son peras o manzanas, el horario estelar de los domingos es ocupado por sendos programas que de reales sólo tienen las enormes ganancias de sus patrocinadores. Por ejemplo, es la enésima vez que nos tenemos que “chutar”, por Tv Azteca, La Academia, y eso que prometieron dejarnos de torturar con la “última generación”; por su parte, Televisa nos ofrece el programa Me quiero enamorar, un reality en donde un cúmulo de chicas pretenden ganarse el amor de su “príncipe azul”.


En ambos casos, se ofrece la realidad y la observación constante de cómo se plasma ésta en un conjunto de personas que no sólo han vendido su vida privada, para que sea del escrutinio público, sino también su imagen. La cuestión aquí es explotar los dramas y tristezas personales de tal forma que se puedan ir construyendo triunfos públicos.


Es decir, exaltar la condición de pobreza del joven que luchó por conseguir el sueño de ser cantante o remarcar la condición de mujer “sumisa y abnegada” que hará todo por conseguir el amor. Claro, puntualizando que se busca ser famoso o conseguir el amor porque, en ambos casos, ese éxito se complementa con un millón de pesos.


La consecución del éxito personal que se construye en el reality show como un verdadero logro social tiene sus bases en las aspiraciones de millones de mexicanos, mismas que se ven cristalizadas en los papeles que les hacen desempeñar a los hombres y mujeres que fueron seleccionados no sólo por sus actitudes físicas, sino por lo bien que podrían desempeñarse o adecuarse a los papeles y roles dentro de un guión televisivo que ya había sido previamente establecido.


La televisión no refleja la realidad sino que la construye; desde esa perspectiva, los reality shows son verdaderos experimentos de producción; es decir, se construye una situación donde -se supone- que los sujetos, aislados y obligados a realizar ciertas labores: cantar o intimar con el ser pretendido, reaccionarán de manera “natural”; sin embargo, dichas condiciones no son generadas por la realidad, sino por una producción que decide qué tipo de problemas son necesarios para cada tipo de personaje.


Esto se construye, así, porque permite crear nudos narrativos para que el relato mediático pueda parecer real aunque jamás lo sea. Y es que no basta con que uno pueda ver lo que se filma las 24 horas del día -a la Big brother- sino que uno no es capaz de percatarse que esa cotidianeidad llevada a las pantallas se ciñe a un guión en donde los participantes explotan su emotividad, no como manifestación de su “yo” sino como respuesta a un estímulo de producción que los coloca en situaciones límite. Es decir, no hay realidad sino producción.


Aunado a esto, es de señalarse -como ya lo ha hecho el crítico de televisión Álvaro Cueva- la capacidad de nuestras televisoras por hacer de los reality show toda una parafernalia, ya que México es, posiblemente, el único país en el mundo donde es posible ver al aire simultáneamente dos mega producciones de este tipo. Lo cual me genera una gran pregunta: ¿Ésta es la triste realidad de la televisión que tenemos o en realidad será la triste realidad de la televisión que merecemos? ¡Llame ya!


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